Este libro es de los más sinceros e importantes que he leído, pues tiene una visión sociológica e histórica de la maternidad que mire lo estructural. Mira la ofensiva del capitalismo contra las madres con los modelos actuales de crianza, argumenta contra la dictadura de los expertos y reivindica el derecho a cuidar. Y te dice la verdad: las exigencias actuales de crianza con apego y la vida laboral, siendo la súper mamá NO es posible en soledad, se necesita tener una comunidad.
Es un apasionante diario de la maternidad donde la autora cuenta cómo después de tener a su primer bebé empezó a leer muchísimos libros de crianza. Y encontró que había encontraba dos corrientes de crianza (con matices) que se contraponían: el adultocéntrico y el centrado en los niños.
Los textos adultocéntricos conciben el niño como un pequeño monstruo insaciable, un tirano manipulador guiado por malos instintos que los padres deben vigilar atacar y reconducir.
Los textos centrados en los niños defiende la inocencia ya bondad intrínseca del niño que sabe mejor que nadie lo que necesita y lo pide con los medios que tiene a su alcance la tarea de los padre sería la de amarlo, cuidarlo, estudiar y seguir sus pasos de su hijo. Sin embargo, señala vivimos en un mundo adultocéntrico que no está hecho a la medida de niños, adultos mayores o quien no goza de buena salud.
En el libro crítica ambos modelos, rompiendo con esa idea maniquea. Proponiendo un modelo diferente. Diciendo que el problema no son nuestrxs hijxs. La autora sostiene que el problema es una sociedad cuyas exigencias son radicalmente incompatibles con las necesidades de los bebés y también con las que cuidan de ellos. Lo que plantea es un enfoque orientado a los niños que también tenga en cuenta la vulnerabilidad de los padres y el peso excesivo que recae sobre sus espaldas.
Después de que nació su hijo escuchó hasta la saciedad el proverbio africano que dice que para crear un niño hace falta una tribu. Sin embargo, en experiencia propia y de sus allegadas se dio cuenta de la ausencia de ella. Narrando cómo fue su vivencia como mamá primeriza y sin ayuda. Cuenta cómo cada tarea cotidiana se vuelve una labor imposible y se encontraba aislada. Después tuvo la posibilidad de instalarse en la casa de la sierra de sus padres donde iban sus hermanas. Ahí todo cambió pues estaba acompañada, y realizaba las tareas relativas al bebé de la mano de su familia. La autora señala que la gente que conoce muy pocos han podido disfrutar de un entorno cooperativo para criar a sus hijos de tipo del que ha descrito siquiera por unas semanas pero la mayoría han sufrido la falta.
La autora menciona que el descubrimiento de las ambigüedades de la experiencia maternal puede resultar dolorosas sobre todo si se parte de una imagen mitificada de la maternidad como felicidad absoluta. Tener un hijo es, entre otras cosas, bastante agotador. Acostumbrarse a vivir con alguien que te necesita tanto no tiene porque ser fácil, por mucho amor que haya. En los últimos años se ha hablado cada vez más abiertamente de la ambivalencia del proceso y en el amplio escaparate para la intimidad que proporciona Internet abundan testimonios y confesiones sobre la dureza del puerperio. Sin embargo, rara vez se cruzan estos datos con el lema de qué hace falta toda una aldea para criar a un hijo.
La autora aborda cuando el cuidado lo realizan abuelas, sin embargo, este no es un cuidado comunitario sino se transfiere (o hay una sustitución) del cuidado individual de las madres a las abuelas, trasladando todos los malestares. Asimismo la autora trata el tema de la industrialización y eso cómo ha cambiado la urbanización y con esto también la estructura social donde los barrios constituían una estructuras de solidaridad comunal de cuidado. La industrialización, sostiene la autora, también cambió la dinámica de la vida familiar pues antes dentro de casa se cosechaba y cuidaba al ganado que producía la comida. En este sentido durante miles de años el hogar familiar no sólo fue una fuente de sentido simbólico sino la base material de la vida social. Nuestros hogares están cada día más vacíos, son un escaparate histórico no la norma.
La autora sostiene que los procesos de industrialización inauguraron una era de profundo malestar de la mujer en el hogar. En casa sólo había espacio para las tareas domésticas, el tedio, un asfixiante sobrecarga afectiva y a lo sumo el cuidado de los hijos compartido con dirigido por expertos médicos y educativos. Además las mujeres urbanas se fueron encontrando cada vez más solas desgajadas de sus vínculos con otras mujeres quienes apoyarse y recibir información y conocimiento.
Aborda lo que llama la “ambigüedad de la liberación” de las mujeres. La autora señala que las madres en la generación anterior de la suya fueron las primeras españolas que experimentaron a una escala muy amplia una forma de vida radicalmente distinta a la de su madres. Protagonizaron un proceso de liberación de una tradición de dominación masculina que dejó un pozo profundo de su manera de entender su propia vida. Todo esto provocó un cambio en la estructura familiar, en las personas que asistían a las escuelas, en el tiempo de la maternidad.
La autoridad visibiliza el cansancio que tenemos casi todas las madres de hijos pequeños y trabajamos de tiempo completo. En Estados Unidos 84% de las madres trabajadoras consultadas consideraron que quedarse en casa cuidando a sus hijos ser un lujo económico al que aspiraban pero no se podían permitir. En este sentido en EEUU se han hecho opciones de “ópting out” o tomar licencias después de tener a tu bebé. La autora quien se toma un año de licencia dice, que tomo esta edición de esta decisión de dedicarse integralmente al cuidado de su hijo más del pasado en el rechazo de lo que no quería la famosa doble jornada y la Supermamá que encumbró la prensa en los 80.
La autora sostiene que mucho de la cultura de opting out coinciden en el tiempo de la difusión del modelo centrado en el niño o la crianza con apego o la maternidad intensiva o la crianza natural un modelo basado en “la atención interpretación y satisfacción de las necesidades y los deseos de los niños que exige a los cuidadores es especialmente la madre amoldar y sincronizar su conducta a la del hijo armarse de paciencia, empatía y capacidad de negociación para evitar el autoritarismo y el valor de la autocontención para evitar también la sobreprotección y el exceso del dirigismo.” Cuando leí estas palabras me sentí tan identificada de cómo quería criar a mis 3 morritos pero también tan exhausta, pensando solo un robot podría hacer esto. Y es cómo criar a nuestros hijos como de verdad nos gustaría hacerlo con tiempo, con recursos económicos suficientes, con la paciencia que propicia de sentirse descansada y acompañada, sin sentirnos solas, ni aisladas, sin tener que encerrarnos sin renunciar a lo público. Criar un hijo en la soledad del hogar urbano moderno y durante las horas que deja libre un trabajo remunerado es una prueba muy dura para los padres y para los niños. Planteando que aguantarse, ya sea con amor y paciencia infinita o parchando la situación, no puede ser la única respuesta. Y la fatiga no debería ser el estado crónico de tantos padres.
La autora sostiene que la maternidad es una plataforma excelente para observar las contradicciones que genera el imperio del mercado en nuestras sociedades por un lado somos libres para hacer lo que nos dé la gana, valorando las relaciones personales del amor por encima de todos pero temerosos el mundo hostil y competitivo que encontramos en el trabajo en la política y en las calles construimos refugios en los que no nos queremos cuidamos y protegemos pero nos encontramos con la agresividad del mundo exterior que se cuelan esto refugios y admirando nuestros proyectos vitales.
Aborda como están en crisis los cuidados, ya que el modelo, se volcó pues las mujeres que habían dedicado todo su tiempo al trabajo no remunerado se están incorporando un mercado laboral masculino cuya estructura está diseñado para personas que no tienen que cuidar a nadie. De este modo hay una tensión entre la lógica del mercado y la lógica del cuidado y las mujeres empiezan experimentar esta tensión en su propio cuerpo.
La autora cita a Guzmán diciendo que todas las madres con hijos pequeños necesitamos acompañamiento, solidaridad, comprensión y resguardo de otros miembros de nuestra tribu pero en el mundo occidental, especialmente en las grandes ciudades, nos hemos quedado sin tribu.
La autora señala que las barreras de nuestra casa, hoy en día son débiles, incapaces de tener el torrente individualista posmoderno lo que está ocurriendo es que el proceso de licuefacción de las relaciones sociales no se ha detenido en el umbral de nuestro domicilio los valores y pautas de conducta que permiten sobrevivir en la selva exterior se van colando nuestros hogares.
La maternidad implica cambios en tu vida. En el sentido que es difícil llevar a cabo las actividades que antes hacías. En este sentido la maternidad se ve como un aplazamiento de los propios deseos pasando a la imposición y sacrificio. Sin embargo, la autora plantea si las responsabilidades de las crianza nos permiten cuestionarnos si las copas, el cine, o los deportes de riesgo si son o no lo que de verdad nos define como las personas que aspiramos a hacer. La maternidad podría ser una buena ocasión para cuestionar los modelos de vida típicos del híper consumismo contemporáneo.
La autora señala que la doctrina de la conciliación de la vida laboral y familiar sostiene que no hace falta renunciar a la maternidad para desarrollar una carrera profesional. el Estado se ocupa de suministrar los instrumentos para que todo el mundo pueda armonizar ambas facetas de su vida sin embargo esto no pasa en la realidad. ¿Qué queda de la familia cuando los padres sólo ven a sus hijos a la hora del baño y la cena? mientras que el resto del tiempo se encargan del cuidado de los niños diversos profesionales. Las comunidades tradicionales, aldeas, las familias extensas, incluso cierto tipo de barrio no pueden confundirse con el en modo alguno con las figuras actuales de externalización del cuidado, pues no existen los vínculos.
La autora hace un formidable alegato contra la dictadura de los “expertos” diciendo que algo que ha caracterizado la crianza de nuestra época es la incesante proliferación de recomendaciones diversas y contradictorias. Creando el enfoque científico de la crianza que se mostraba muchas veces ciego al hecho incontrovertible que para las madres trabajadoras es materialmente imposible criar bien a sus hijos en las condiciones sociales en las que se encuentra. Así surgió lo que se ha convertido en la pauta común de la literatura de consejo sobre crianza: la culpabilización de las madres. En este sentido los padres modernos consideran que no están preparados para asumir la educación de sus hijos de manera autosuficiente. El auge de los expertos ha convertido a las familias autónomas en instituciones dependientes y en crisis permanente. Mostrando los pros y contras de varias técnicas como la crianza con apego y el conductismo. También poniendo en tela de juicio las encuestas y datos, señalando cómo estás también tienen ideología.
Es un gran libro que me hizo cuestionarme muchas de mis decisiones, mis límites, mis ansiedades. Y sin duda replanteo cómo ejerceré mi maternidad, que la verdad cada día lo voy reinventando y haciendo lo mejor que puedo. Juntando más gente a mi tribu, reconociéndome vulnerable. Me encantó cuestionara a “los expertos” y la presión que tenemos entre médicxs y coachs. Y nos recordará que lo importante es vivir con mi gente, escuchar mi voz, mi instinto y dejar la culpa atrás.